Cardenal Martini: Tomado de ATRIO
Quiero compartir con vosotros esta parte de un artículo del cardenal Martini, del año 2006.
"Éste es un asunto muy doloroso y que causa gran sufrimiento. Ciertamente hay que hacer cuanto sea posible y razonable para defender y salvar cada vida humana. Pero esto no quita que se pueda y se deba reflexionar sobre las situaciones muy complejas y diversas que pueden surgir, Buscando en cada cosa lo que mejor y más concretamente sirva para proteger y promover la vida humana. Pero es importante reconocer que la prosecución de la vida humana física no es, en sí mismo, el primer y absoluto principio. Por encima de él está el de la dignidad humana, una dignidad que en la visión cristiana y la de muchas otras religiones implica una apertura a la vida eterna que Dios promete al hombre. Podemos decir que aquí radica la dignidad definitiva de la persona. Incluso quien no comparta esta fe puede comprender la importancia de este fundamento para los creyentes y la necesidad de tener razones profundas para apoyar siempre y en todas partes la dignidad de la persona humana.
Las razones de fondo de los cristianos se encuentran en las palabras de Jesús, que afirmaba que “la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (cf. Mateo 6, 25), pero exhortaba a no tener miedo de “los que matan el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma” (cf. Mateo 10, 28). La vida humana debe respetarse y defenderse, pero no es el valor supremo y absoluto. En el evangelio según Juan, Jesús proclama: “Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en mí, incluso si muere, vivirá” (Juan 6, 25). Y San Pablo añade: “Mantengo que los sufrimientos del momento presente no se pueden comparar con la gloria futura que se deberá revelar en nosotros” (Romanos 8, 18). Así que hay una dignidad de la existencia que no se limita a la sola vida física, sino que tiene que ver con la vida eterna.
Eso supuesto, me parece que incluso en un tema doloroso como el del aborto (que, como usted dice, siempre representa un fracaso) es difícil que un estado moderno no intervenga al menos para impedir una situación salvaje y arbitraria. Y me parece que, en situaciones como las nuestras, sería difícil que el estado no planteara una distinción entre actos punibles por ley y actos que no es conveniente castigar por ley. Esto no quiere decir en absoluto “licencia para matar”, sino que el estado prefiere no intervenir en todos los casos posibles, pero se esfuerza por reducir el número de abortos, en impedirlos con todos los medios posibles, especialmente después de un cierto tiempo desde el principio del embarazo, y se compromete a que disminuyan tanto como sea posible las causas del aborto y a exigir precauciones para que la mujer que decida no obstante llevar a cabo este acto, no punible penalmente en circunstancias concretas, no resulte herida gravemente hasta arriesgar la vida. Esto sucede en particular, como usted recuerda, en el caso de abortos clandestinos, y por lo tanto, en resumidas cuentas, es positivo que la ley haya contribuido a reducirlos y tienda a eliminarlos.
Me hago cargo de que en Italia, con la existencia del Servicio Sanitario Nacional, esto implica una cierta cooperación en el aborto por parte de las estructuras públicas. Veo toda la dificultad moral de esta situación, pero yo no sabría actualmente qué sugerir, porque cualquier solución que se quisiera buscar implicaría probablemente aspectos negativos. Por esta razón, el aborto es siempre algo dramático, que no puede ser considerado en manera alguna como un remedio para la superpoblación, como me parece que sucede en ciertos países.
Naturalmente yo no pretendo incluir en este juicio las situaciones límite, muy dolorosas y quizás también raras, pero que se pueden presentar de hecho, en las que un feto amenaza gravemente la vida de la madre. En estos y en otros casos semejantes, me parece que la teología moral desde siempre ha apoyado el principio de la legítima defensa y del mal menor, aunque se trate de una realidad que demuestra la naturaleza dramática y frágil de la condición humana. Por esto la Iglesia ha proclamado también como heroica y ejemplarmente evangélica la conducta de algunas mujeres que han escogido evitar cualquier daño a la nueva vida que llevaban en sus vientres, aun a costa de pagarlo con su propia vida.
Pero no puedo aplicar este principio de la defensa legítima y/o del mal menor a otros casos extremos que usted antes ha planteado, ni puedo acogerme al principio de la “conscientia perplexa”, que no entiendo bien qué significa. Me parece que aún en los casos en los en que una mujer no pueda, para varias razones, cuidar de su niño, no deben faltar otras personas o instituciones que se ofrezcan para criarlo y cuidarlo. Pero en todo caso, sostengo que se debe respetar a toda persona que, quizás tras mucha reflexión y sufrimiento, en estos casos extremos sigue su propia conciencia, incluso si se decide a hacer algo que yo no estoy en condiciones de aprobar."
Ir al artículo