May
Pequeño cuento de Pentecostés
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Resoplaban.
Resoplaban esforzados con un empeño firme por descubrir las fuerzas vivas de la vida y dominarlas. Investigaban mirando fijamente el funcionamiento de las cosas.
No se conformaban con que no hubiera más que lo que había funcionado siempre como siempre. Querían evolucionar, desarrollar formas nuevas de configurar la realidad abriendo una fuente de vida más plena. Innovar, hacer nuevas cosas, dejar atrás el aburrimiento que provocaba la realidad cuando ya se había conocido y utilizado.
Cada día se les veía entrar en su laboratorio I+D+I dispuestos a dejar la vida para dar vida o para dar algún aparato nuevo a la vida o un poco más de tiempo a la vida o más facilidades a la vida… Y allí permanecían concentrados, fieles a su trabajo todo el día.
Hombres y mujeres de todas clases, de todos los lugares, de todas las condiciones empeñados en el dichoso I+D+I en el que habían puesto todas sus esperanzas: “Algún día lo lograremos -se decían-. La vida será solo una explosión de vida”.
Pero el mundo, si bien mejoraba, no dejaba de dar vueltas siempre a las mismas preguntas, a los mismos dolores, a las mismas esperanzas, a las mismas frustraciones.
Y como siempre sucede con los grandes descubrimientos, el azar visitó un día el laboratorio. Uno de los jefes de departamento cayó de repente al suelo, como fulminado por el pálpito de muerte que traían siempre escondido en sus maletines. Todos dejaron sus proyectos y le rodearon compungidos, impotentes, hasta que un joven de bata blanca que solo se dedicaba a ordenar el caos que los jefes de departamento dejaban al final del día, y al que solo conocían porque, el muy friki, había pintado un jardín en su bata blanca, se arrodilló en el suelo y le susurró una palabra de aliento en su boca.
Entonces, ante el asombro de todos, el que se había desmoronado como una estatua de pies de barro, se levantó con una sonrisa, y alguien creyó escuchar al joven decir: Mirad que hago todas las cosas nuevas. Aunque los demás solo le vieron volver a su escondido puesto y seguir ordenando el caos del laboratorio.
He querido compartir este pequeño cuento de nuestor buen amigo y sacerdote Paco García.
Gracias