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Dic2017Curas ¿para qué?
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Dic
de Sor María Dolores Pérez Mesuro
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Proverbios 30, 7-9:
Señor mío, dos cosas te he pedido, no me las niegues, Señor:
Aleja de mí falsedad y mentira; no me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: «¿Quién es Yahvé?”, y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios.
Aleja de mí falsedad y mentira
El autor del texto pide en primer lugar que Dios le proteja de la mentira que engaña el corazón.
Pregunto, cuáles son los deseos que habitan mi corazón, pero no me atrevo a ponerlos delante de Dios.
Escucha esta palabra de Dios que san Pablo nos ofrece para que confiemos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros.
Dios mismo conoce cuál es la aspiración del Espíritu en nosotros, nuestra propia vocación.
Pídele al Espíritu de Dios que te ayude a ser sincero contigo mismo y con Dios, que te libre de la falsedad y la mentira. Pide no esconder nada en su presencia.
Pídele que te ayude a querer lo mejor para ti, aunque conlleve esfuerzos.
Pídele que te enseñe a querer lo mejor sin engañarte; que no te deje caer en la mentira que enreda la vida y tantas veces nos hace renunciar a lo más valioso que tenemos.
Pon tus deseos en manos de Dios y pide al Espíritu de Dios que dirija tus pasos por el verdadero camino para tu vida.
No me des ni riqueza ni pobreza
El autor del texto ve en la riqueza una causa del abandono de Dios: Si estoy saciado podría renegar de ti ¿Piensas que cuando se tiene más dinero se confía menos en Dios creyendo que uno puede controlar toda su vida sin problemas?
¿Has sentido alguna vez que la riqueza o la comodidad y las posibilidades que da te alejan de vivir cristianamente?
No podéis servir a Dios y al dinero.
El autor sabe también que la pobreza puede hacer desesperar al hombre
y hacerle renegar de Dios y alejarse de sus mandamientos: Si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios.
Quizá no sea siempre así, pues muchos pobres son ejemplarmente fieles a Dios, ejemplos de vida sencilla y confiada.
Pensemos en los que desesperan., porque no encuentran ayuda para no dejarse llevar por el mal. Y demos gracias por las riquezas que hemos recibido en la vida, por haber tenido una vida alejada de esa pobreza que pesa sobre tantos que viven bajo el peso de una miseria inhumana.
Por eso me gusta reencontrarme en la oración con la de Santo Tomás Moro:
(Ministro de Enrique VIII y Santo mártir de la Iglesia)
Dame, Señor, un poco de sol, algo de trabajo y un poco de alegría.
Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla, una buena digestión y algo para digerir.
Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado por esta cosa embarazosa que soy yo.
Dame, Señor, la dosis de humor suficiente como para encontrar la felicidad en esta vida y ser provechoso para los demás.
Que siempre haya en mis labios una canción, una poesía o una historia para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos y a no ver en ellos una maldición.
Concédeme tener buen sentido, pues tengo mucha necesidad de él.
Señor, concédeme la gracia, en este momento supremo de miedo y angustia, de recurrir al gran miedo y a la asombrosa angustia que tú experimentaste en el Monte de los Olivos antes de tu pasión.
Haz que a fuerza de meditar tu agonía, reciba el consuelo espiritual necesario para provecho de mi alma.
Concédeme, Señor, un espíritu abandonado, sosegado, apacible, caritativo, benévolo, dulce y compasivo.
Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos experimente el gusto de tu Espíritu santo y bendito.
Dame, Señor, una fe plena, una esperanza firme y una ardiente caridad.
Que yo no ame a nadie contra tu voluntad, sino a todas las cosas en función de tu querer.
Rodéame de tu amor y de tu favor.
No hay una cruz igual para todos, pero sí hay una cruz inevitable para cada uno en el seguimiento de Jesús.
La vida tiene un peso que no se puede evitar, pero además este peso se agrava por la forma de vida que la humanidad se ha dado a sí misma a lo largo de la historia. No sabemos vivir entre nosotros sin cargar sobre los otros el peso de nuestros miedos y pecados y los otros no saben vivir sin cargar el peso de sus miedos y pecados sobre nosotros.
Jesús invita a revertir la situación.
Nos pide que en vez de cargar nuestra soledad, nuestro dolor, nuestra impotencia en forma de agresión sobre los demás la vayamos diluyendo en una entrega a Dios que a su tiempo las disolverá (Mc 15, 34-36).
Y en vez de reaccionar contra los que nos cargan con su pecado, aceptarlo como el precio para llamarlos humildemente a conversión (Mt 5, 38-45/Rom 12, 14-21).
Estoy aquí, solo ante ti, y estoy encantado porque tú me ves aquí. Pues aquí -eso creo- es donde quieres verme y donde me ves.
Estar aquí es la respuesta que me has pedido a algo que no he escuchado con claridad, pero he respondido…Me has llamado aquí para que una y otra vez nazca en el Espíritu como hijo tuyo. Una y otra vez nazca a la luz, a la fe, a la conciencia, a la gratitud, a la pobreza,a la presencia y a la alabanza.
Asómbrate por las cosas que están ante ti, haciendo de esto el primer paso hacia un conocimiento más profundo (S. Clemente de Alejandría)
Párate delante de las situaciones tal y como se den en tu impulso hacia la vida, la pequeña esperanza que te hace volver a la vida cada día con fuerza…
Tu anhelo de amor, de afecto, de ternura…
Tu preocupación por hacer bien las cosas sencillas, lo que apenas verá nadie, y en ello tu búsqueda de la armonía…
Tu voluntad de ser amable, generoso, agradecido, comprensivo con los demás…
Tu alegría con y por lo bueno, lo bello, por la amistad, por la resolución de los problemas sean cuales sean y de quien sean…
Tu intento de no dejarte llevar por lo peor (más allá de que lo consigas o no)…
Tu dolor por el sufrimiento del mundo y tu rabia por la banalidad, la injusticia, lo mal hecho…
Todo ello, de una manera u otra, es obra del Espíritu en ti, un Espíritu que quiere hacerte gustar la vida misma de Dios prefigurada en la justicia, la belleza, el amor, el perdón, la armonía…
Por tanto…Aunque sientas que tu oración es muy pobre, Dios sigue en ti moviendo tu interior hacia sí, hacia el cumplimiento de tu vida y de la vida del mundo en Él...da gracias.
“Cuando tenemos la experiencia ya no tenemos fuerzas para emplearla, y ya no nos sirve porque ha pasado su oportunidad”.
La vejez nos sitúa ante la indisposición de nosotros mismos por la quiebra de nuestra creatividad eficiente justo en el momento cuando ésta podría enraizarse en una lucidez que la hiciera realmente fecunda al no entretenerse en caminos sin salida.
La vejez puede así ser el lugar de la memoria que une a las generaciones en la transmisión de la sabiduría.
La vida puede engrandecerse pasando de mano en mano.
Cuando unos entregan el aliento, otros pueden quedar alentados. De esta manera, la vejez de los otros puede ser un lugar de escucha y acrecentamiento de una sabiduría aún inexperta y, por eso, el lugar propio de la acción de gracias que reconoce que la vida es dada, que nos llega de otros.
La vejez de cada generación es, en medio de la sociedad, el lugar donde ésta puede acoger agradecidamente la vida y asentarse sobre su verdad fundamental.
Por otro lado, la vejez propia es uno de los lugares donde la gratitud aparece como posibilidad radical, ya que la persona anciana está invitada a entregar su vida en manos de los otros ya del todo. - desde su cuerpo físico hasta sus obras, ideales... que quedan a merced de los demás- Se requiere confianza, es el último momento antes de la muerte en el que el hombre se decide a sí mismo enrocándose desconfiada y arrogantemente (el enfado continuo es el síntoma) u ofreciendo lo hecho sin imposiciones como regalo incondicionado y último.
El silencio sigue hablando.
¡Si la confianza del corazón estuviera al principio de todas las cosas…!
El ser humano no tiene fondo, ¡hay en él como un abismo interior!
Dios está ahí, en él.
¡Dichoso el limpio de corazón! Él descubre que incluso en los silencios de Evangelio, el mayor misterio es el de la presencia continua de Jesús, el Resucitado, ofrecida a toda criatura humana. En todo, incluso cuando Cristo desaparece.
Mantenerse en silencio en su presencia, para acoger su espíritu, es ya rezar.
Aunque a veces nuestra oración no sea más que un pobre balbuceo, eso no es lo más importante. En cierto sentido, quizá es mejor así: alegrémonos de que, por ello, Dios nos da la humildad. Y Dios comprende todos los lenguajes humanos. Él comprende nuestras palabras, pero comprende también nuestros silencios. Y el silencio es a veces el todo de la oración.
El Silencio en nuestra cultura no es reconocido como lugar de lucidez, como lugar donde despertar el ser que nos habita, sino como lugar de su anulación.
Aparece como lugar falto de vitalidad y, por eso, “no solo no seduce, sino que tiene un efecto somnoliento y disuasorio".
El ruido ,el exceso de palabras y la velocidad en las imágenes y sensaciones son los lugares donde parece habitar la fuente de la vida, aquella que nos guardaría del anonimato tan temido por el hombre actual.
Sin embargo el ruido es el que ha invadido, pero no las palabras, sino la comunicación "digital", pues no hay mayor silencio de palabras que un grupo de jóvenes con el Iphone en mano, quedando en verse para dentro de unas horas, y comunicándose sin palabras por el mismo método.
Entonces aparece LA PALABRA, vivir la Palabra, escuchar la Palabra, ser coherentes con la Palabra, etc.
Me pregunto ¿qué sentido tendrá LA PALABRA, en medio de esta comunicación?
En el convento vivimos en el Silencio, pero La Palabra habita en medio, y la Presencia es directa continua y vital.
Las palabras nos dicen las cosas sin ser las cosas mismas y, de esta manera, nos permiten abrazarlas sin poseerlas, nos invitan a un viaje hacia ellas que es siempre una aventura. El lenguaje entonces apela al misterio de cada realidad, también al nuestro.
En el Silencio, La Palabra nos hace humildes, crea en ella una discreción en sus pronunciamientos que permite habitar a su lado las otras palabras.
Ya que no podemos cambiar el mundo. ¡Vamos a escribirlo!
Venid a la pequeñez del pesebre de Jesús para comprender la vida y para aprender a sentir con su mismo corazón. Así, al final, encontraréis no al pequeño Niño de Belén, sino al glorioso Cristo resucitado que os envolverá con su gloria eterna.
Junto a este pequeñito del pesebre, os deseo un año de luz… Reconoced que sois todavía egoístas, bruscos e independientes (reconozcamos todo lo que aún nos separa de él y de su forma de ser) y suplicad al Niñito de Belén y a María su madre que os ayuden a transformaros.
No vaciléis en postraros ante este Jesús pequeñito. Quizá no lo habéis adorado suficiente como vuestro Dios, porque vuestra devoción se quedó infantil y sentimental. Quizá no habéis descubierto con bastante asombro cómo Cristo, Hijo de Dios, al manifestarse a los hombres, quiso revelarles la grandeza de los misterios divinos a través de la pequeñez y la debilidad de un recién nacido (¿no nos enseña que solo este es el camino para llegar a la gloria de Dios, a la gloria de la verdadera vida? ¿Cuáles son los caminos que eliges tú?).